Impacto psicosocial de la pandemia por SARS-CoV-2 en la población femenina.

 

 

Jorge Villar Médico Ginecólogo

El desarrollado sistema nervioso de los seres humanos se caracteriza por su elevada capacidad para adaptarse y superar las más disímiles situaciones de tensión generadas por los conflictos de la vida cotidiana o por eventualidades excepcionales, logrando de este modo mantener el equilibrio homeostático del organismo y su adecuada funcionalidad. Los conflictos bélicos, las conmociones de orden político-social, los terremotos, los huracanes y las epidemias, entre otros, ponen a prueba la capacidad de resistencia del sistema nervioso ante los peligros que los mismos representan para la integridad física y psíquica de su persona. Desafortunadamente, no siempre el organismo con su estructura neural logra salir completamente airoso de este enfrentamiento con los agentes agresores, lo cual puede conducir a diversos desórdenes en el plano emocional, expresados como alteraciones psicológicas de magnitud y gravedad variables. Tales trastornos son considerados como secuelas o efectos colaterales de la entidad agresiva original.

En el caso de la pandemia que en nuestros días vive la humanidad, provocada por la difusión del virus SARS-CoV-2, productor de la enfermedad denominada COVID-19, se dan una serie de circunstancias que potencian el eventual daño psicosocial que la misma puede ocasionar. Su elevada contagiosidad, alta letalidad, extensa difusión geográfica, su prolongación en el tiempo, inexistencia de un tratamiento curativo, relatividad de la protección por vacunas, incertidumbre en relación con sus secuelas orgánicas, conjugadas con las profundas alteraciones del modo de vida que deriva de su enfrentamiento por las entidades sanitarias, provocan que esta pandemia se constituya en un fortísimo agresor en el orden de la estabilidad psicosocial de las personas.

Si bien todos los seres humanos estamos expuestos al impacto de orden psicosocial de la actual pandemia, y en todos los casos resulta necesario atender las posibles afectaciones en este sentido; la población femenina, por sus singulares características biológicas, su papel preponderante en la función reproductiva de la especie y su particular rol social, requiere de una atención diferenciada que permita preservar, en la mayor medida posible, la estabilidad de orden emocional de nuestras mujeres.

En las circunstancias originadas por la pandemia un conjunto de miedos configuran el panorama que cada día debe ser enfrentado por los ciudadanos. En el caso de las mujeres, por su papel en el cuidado y protección de la familia, estos miedos se intensifican ante la intensa y persistente preocupación que va más allá de su propio estado de salud y se proyecta en el bienestar y la salud de los hijos y el resto de la familia. Otras repercusiones, como las de carácter económico al verse afectados los ingresos del núcleo familiar – generalmente son las mujeres las encargadas de administrar los recursos de orden doméstico en cuanto a alimentación y otras necesidades – la inestabilidad laboral, la privación de actividades de orden recreativo y el clima general de incertidumbre sobre el futuro, integran un espectro amenazador que no todas ellas pueden manejar sin verse afectadas psíquicamente. Es justamente el miedo, el temor, la potencialidad de la afectación, el componente que mayor incidencia tiene sobre la estabilidad emocionalde las mujeres.

Mención aparte merecen las mujeres que se encuentran en pleno proceso reproductivo, esto es las gestantes y las puérperas. Sabido es que durante estas etapas las damas se tornan especialmente vulnerables y

frágiles en el orden emocional, lo cual condiciona en ellas una mayor susceptibilidad a los efectos de orden psíquico de la situación pandémica. La preocupación en cuanto a la posibilidad de llevar a buen término el embarazo, el bienestar y seguridad del recién nacido, las dificultades que se deberán enfrentar en las primeras etapas de la crianza de la nueva criatura, constituyen factores estresantes adicionales que afectan a este segmento de la población en particular.

Otro subconjunto de la población femenina muy tensionado lo constituye el grupo de las jóvenes que, a partir de la adolescencia, se inician en la vida social y en las relaciones de pareja, con prácticas en el orden amoroso y sexual más o menos permisivas en consonancia con las características culturales de cada sociedad y persona en particular. Durante la pandemia las posibilidades de conocer potenciales parejas y las relaciones físicas con las mismas se ven muy limitadas, lo cual genera un fuerte sentimiento de frustración y da lugar a un intenso deseo de socialización que no siempre logra ser adecuadamente moderado y conducido, y tiende a expresarse mediante encuentros, fiestas y otras actividades sociales en las cuales se suelen violar las normas de protección deviniendo así en circunstancias favorecedoras de contagios, especialmente entre las jóvenes.

El impacto psico-social de la pandemia en las mujeres, potenciado por los factores que hemos analizado, se expresa por diversas manifestaciones tales como la ansiedad, la irritabilidad, la depresión, el miedo desmedido, el llanto fácil, entre otras. Puede considerarse que algunas de estas manifestaciones – en grado limitado – resulten “normales” en la situación creada por la pandemia, pero dicha normalidad se va perdiendo en la medida que las mismas se profundizan y agravan, llegando a entorpecer el normal funcionamiento individual y familiar.

Resulta necesario divulgar esta información entre la población de modo que todos los componentes de las familias reconozcan que sus miembros femeninos están particularmente expuestos al impacto psico-social de la pandemia y contribuyan mediante la detección y comprensión de estos fenómenos, a que los mismos queden limitados a un grado tolerable y manejable. Resulta catastrófico cuando los convivientes, ignorando esta información, echan leña al fuego de las afectaciones, mediante expresiones de crítica, intolerancia, rechazo y otras que no hacen sino agravar estos trastornos.

Los médicos y el resto del personal de salud deben conocer y estar preparados para manejar y orientar adecuadamente a las mujeres afectadas en su integridad psíquica por la pandemia. Los especialistas en Ginecología y Obstetricia, dada la población que atienden, sin importar cuál sea el motivo de consulta específico, deben prestar atención al estado emocional de sus pacientes y detectar aquellas manifestaciones indicadoras de disfuncionalidad. Los casos leves podrán recibir el beneficio del apoyo y las recomendaciones de estos facultativos, y en caso de sospecharse trastornos más profundos y graves, referir adecuadamente a su paciente para la atención especializada por el psicólogo o el psiquiatra.

Las mujeres son, sin duda, el componente más tierno y bello de nuestras comunidades, y contribuir a su bienestar integral, especialmente en estos difíciles momentos, es nuestro deber para con ellas.

 

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